Si dispone de varios días libres y ganas de devorar kilómetros al volante puede organizar un viaje que combine el bosque andino, húmedo y cerrado; el misterio de los bosques petrificados; y los fascinantes vestigios de las culturas originarias que poblaron estos territorios.
Un viaje que hará acompañado por guanacos y zorros en la meseta, familias enteras de ñandúes más al sur y casi siempre por aves solitarias apostadas en los alambrados junto a la ruta. Además si realiza algunos desvíos cortos, toda la costa atlántica patagónica ofrece reservas faunísticas que inundan de vida y belleza al paseo.
El recorrido que le proponemos comienza en el paralelo 42 andino, en la franja de unión de las provincias de Río Negro y Chubut que comprende El Bolsón, la naciente del río Chubut, el Hoyo de Epuyén, los lagos Puelo y Epuyén, Esquel y el Parque Nacional Los Alerces con sus lagos encadenados.
Se puede elegir El Bolsón como la primera parada para desde allí internarse hacia la cordillera en una excursión acuática por el lago Puelo hacia el cerro Tres Picos. O bien, desviarse de la RN Nº 40 y recorrer el camino de tierra que une El Bolsón con Buenos Aires Chico, El Maitén (con su tren de trocha angosta), Epuyén y Las Golondrinas con sus campos ricos en bosques nativos y los productos artesanales más variados y exquisitos.
Según el ritmo que le imprima al viaje puede visitar Esquel, una pequeña ciudad con todos los servicios para el turista, y desde allí recorrer los diferentes lagos, bosques, el Parque Nacional Los Alerces y los cascos de las estancias emplazadas en sitios de ensueño. Aquí el clima es muy estable y templado, más protegido que el área Bariloche por ejemplo.
Los lagos Rivadavia, Menéndez, Verde y Futalaufquen están encadenados por ríos y arroyos de aguas verde esmeralda característica de las formaciones de origen glacial.
El trazado del camino de tierra es bellísimo, generalmente muy bien mantenido. Hay que dedicarle por lo menos un día, siendo imprescindible una parada para conocer los alerces milenarios y los arrayanes de piel canela.
El río Arrayanes, que une los lagos Verde y Futalaufquen, es indescriptible ya que el sol del atardecer refleja en él todos los colores del follaje. A la altura de este río, desde la ruta se puede identificar el glaciar Menéndez, un anticipo de las antiguas formaciones heladas que se manifiestan sin igual más al sur.
En temporada de pesca toda la zona es riquísima (con mosca y devolución de las piezas, por supuesto). Y durante todo el año, la hora del té y la repostería es ritual impostergable en Trevelin, a tan sólo 50 km al sur de Esquel, donde podrá aprovisionarse de queso de leche de cabra, fiambres y panes caseros suficientes como para hacer un largo trayecto hasta la costa atlántica.
Le proponemos cruzar Chubut descendiendo en diagonal por la RN Nº40 desde Esquel por Tecka hasta Sarmiento, un oasis levantado junto a los lagos Muster y Coihue Huapi de aguas verdes, unidos por un estrecho.
A 35 km al sur de esta localidad agropecuaria, por un camino de tierra se llega a un bosque petrificado de unos 60 millones de años, que se puede recorrer durante horas sin salir del asombro. El camino suele no estar en buen estado, pero el esfuerzo será bastamente compensado por un campo de 4 km de ancho por 80 de largo en el que están esparcidos sobre una alfombra de astillas, troncos hechos piedra por la acción del sílice.
El bosque aparece mágicamente, enclavado en un terreno de arcillas dominadas por tonos verdes y morados. En algunos de los cerros de este parque puede leerse su edad geológica a simple vista, ya que las capas sedimentarias de distintos colores se acumularon con audacia cromática.
Los amantes de la fotografía y de las caminatas deben reservar varias horas para este paseo. En esta misma zona, los más aventureros pueden recorrer una extraña formación geológica subterránea con un guía de Sarmiento.
A unos pocos kilómetros y muy cerca de la ruta, también con guía, puede conocer un friso con manos pintadas como en negativos, testimonio de civilizaciones precolombinas. Estas pinturas rupestres están bien conservadas y están emparentadas (en su estilo, color y forma) al mayor monumento cultural dejado por los anónimos y antiguos pobladores en la Patagonia: el cañadón del río Pinturas con la cueva de las manos. El río Pinturas merece un viaje especial al lugar, así es que el friso de Sarmiento puede funcionar como un anticipo que convenza a los indecisos.
En esta etapa puede descansar en Sarmiento o hacer unos kilómetros más hasta el mar y alojarse en Comodoro Rivadavia o Rada Tilly. En el tramo Sarmiento-Comodoro la meseta adopta formas muy llamativas y no vistas hasta ese momento en esta travesía. Además, aquí los pozos petroleros se multiplican como hongos y conforman un paisaje cultural muy atractivo a su manera.
En Comodoro se toma la Ruta Nacional Nº3, que en varios tramos acompaña la costa del océano Atlántico, mientras que su melliza, la RN Nº40 ahora de tierra, continúa paralela a la cordillera de los Andes.
Acá se trata sobre todo de disfrutar del camino, del efecto de la luz en el horizonte, de la soledad o de los animales silvestres. Puede hacer 800 km para internarse en la provincia de Santa Cruz y hacer una parada en Puerto San Julián o 200 km más al sur en Río Gallegos, la capital provincial.
Le recomendamos no perderse la pequeña ciudad de San Julián, protegida del viento frío del mar a diferencia de Gallegos. Aquí se puede tomar sol en la playa de Los Caracoles, mirar a corta distancia a una pequena colonia de lobos marinos de un pelo y también podrá pescar.
Tras esta parada puede ir hasta Cabo Vírgenes, en el extremo sur del continente americano, o dejarlo para el regreso de la visita a los glaciares, para conocer la reserva de pingüinos magallánicos que allí se encuentra. Esta es la segunda en importancia de Sudamérica por el número de ejemplares que eligen esas costas para reproducirse entre mediados de octubre y mitad de marzo. Tampoco puede dejar de experientar la sensación del final de la tierra firme, la misma que vivió el expedicionario portugués Fernando de Magallanes en 1520.
Hasta Cabo Vírgenes, desde Gallegos son 150 km por camino de tierra, atravesando la interminable estancia El Cóndor de Luciano Benetton y un alucinante complejo industrial que emerge como de la nada y en la que reina el gas y el ñandú. En cualquier época del año es muy probable que viva en pocas horas las cuatro estaciones (con lluvia, granizo o agua nieve, sol y el arco iris), así es que lleve a mano una campera o rompevientos.
Ya camino a El Calafate y la docena de glaciares ubicados en Santa Cruz, en pocos kilómetros el frío marítimo y la aspereza de la meseta se van transformando al ir hacia el reencuentro de la cordillera, notoriamente más baja en esta latitud.
Calafate es una pequeña villa turística habilitada todo el año, aunque en pleno invierno es conveniente chequear el estado de rutas y caminos por la nieve. Está emplazada en la privilegiada costa sureste del lago Argentino, de un inconfundible verde de apariencia lechosa por un sedimento volcánico esparcido en sus aguas.
Al glaciar Perito Moreno, que cubre una superficie equivalente a la de la ciudad de Buenos Aires, se llega tras recorrer 85 km, por ruta de tierra, desde Calafate. En 2008 se produjo la última gran ruptura de la masa de hielo tras haber bloqueado el brazo inferior del lago Argentino y, en consecuencia, provocado el ascenso de 13 metros en el nivel de sus aguas que ejerció la presión necesaria para romper el puente de hielo.
Detrás de un cerro boscoso, como en una aparición mágica, se ve la primera lengua del glacial que en su descenso disputa terreno a las aguas del lago Argentino. A diferencia de otros glaciares, el Moreno puede apreciarse en toda su magnitud desde tierra firme y a unos pocos metros de distancia. Aún así, es necesario respetar al pie de la letra las medidas de seguridad del Parque Nacional Los Glaciares por los permanentes desprendimientos de hielo que esparcen astillas con furia.
Este glaciar puede apreciarse desde numerosos puntos que invitan a despejar todos los sentidos. Es ideal disponer de más de un día para admirarlo desde el agua por medio de excursiones naúticas; desde el sur recorriendo otra ruta secundaria que bordea el lago Roca; o desde sus bordes más seguros en una salida de trekking.
Puede ocurrir que la magnificencia de la masa helada, con su permanente actividad de descenso y desprendimientos menores, acapare nuestra atención en un primer momento. Por eso es muy bueno volver, tomar distancia, apreciarlo en su relación con el bosque y sus especies nativas de importante desarrollo en esta latitud.
Son inolvidables las excursiones naúticas, para internarse hacia las entranas de la cordillera en medio de la bruma constante que va develando montañas y témpanos, las cintas plateadas de los arroyos y cascadas, la piedra color acero que dejaron glaciares muertos, las puertas de ingreso hacia otras formaciones glaciares, entre las que se destaca el Upsala, el más extenso de los glaciares en territorio argentino. Los más osados pueden animarse al vuelo del área en pequeñas aeronaves, que debe incluir el avistaje del río Leona que nace al norte en el lago Viedma y desemboca en el Argentino.
El pequeño lago Roca, así como el camino al glaciar Perito Moreno, es ideal para disfrutar del vuelo de las bandurrias y patos salvajes, entre otras aves. Además, quien esté en la zona no puede dejar de acercarse a la costa del río Leona, con sus aguas verdes lechosas que hacen honor a su nombre y devoran los límites de la costa. El sentido de la corriente sorprende a quienes no están enterados de su original recorrido de lago a lago. Adivinar la barranca escondida por la que corre el Leona es una experiencia que no refleja ninguna fotografía ni video. En cambio, son fotogramas inborrables en la memoria de los viajeros de la Patagonia, sólo comparables al sonido seco del hielo resquebrajándose en el interior de los glaciares o el agua chorreando por las paredes heladas que desatan el infantil deseo de que ya no salga el sol para que no se derrita