Bien se podría decir que soy un fanático de La Trochita. Aunque resido en los Estados Unidos desde hace muchos años, mi peregrinaje hacia la Patagonia para viajar en el famoso tren ha sido repetido siete u ocho veces desde que me fui. Mary, mi paciente esposa americana, se pregunta frecuentemente cuál es la atracción que me hace volver una y otra vez en lugar de viajar a los puntos turísticos trillados, frecuentados por los yanquis.
El 30 de diciembre de 2000 me encontré una vez más en un coche de pasajeros miniatura y de madera, paseando a vapor por el área del Chubut al sur de El Maitén. Mi hijo de 17 años me hizo un video donde se me ve sonriendo beatíficamente con el placer del viaje. El recorrido, de unos 20 km, se hizo corto y el tren paró en el medio de la nada. Unos cuarenta o cincuenta turistas se bajaron en un paraje desolado a estirar las piernas. La pregunta de mi señora reverberó en mi cerebro: ¿Qué estoy haciendo aquí?
Para mí, y obviamente para los otros esforzados turistas, el viaje en la Trochita es un fin en sí. ¿Será porque tengo sangre ferroviaria, heredada de mi padre, maquinista del Mitre por 30 años? La Trochita es el más remoto, auténtico y pintoresco de los varios ferrocarriles insólitos e interesantes que he tenido oportunidad de visitar. Para el "ferrofana" como yo, las Baldwin y Henschell de 1922, verdaderas piezas de museo, son joyas únicas en funcionamiento que se deben disfrutar a fondo.
Luego de la parada de veinte minutos, el histórico tren comenzó el regreso marcha atrás. El mejor lugar para apreciar el paisaje era ahora el furgón de cola. Los pasajeros se apelotonaron en la abertura trasera para absorber la visión inolvidable de la vía de 75 cm. deslizándose hacia atrás a unos 30 km por hora. El personal de la Trochita, muy atento, recuerda haberme visto en jornadas anteriores y se ocupa de que mi viaje sea placentero. En lo que parece un instante, estamos de vuelta en El Maitén y hay que desembarcar.
Habiendo producido una vez más un viaje impecable, la anciana locomotora se despide con alegres pitidos. Mirando a los talleres y la ciudad de El Maitén, deduzco que unas pocas personas en servicio mantienen todo lo que se ve. En 1994, me dicen los operarios, La Trochita empleaba en El Maitén más de 40 personas. Aún así, diezmados por los cambios políticos y económicos, los empleados restantes están empecinados en mantener su tradición ferrocarrilera indefinidamente.
Por Joseph Paris - Médico argentino radicado en los Estados Unidos desde 1967. Miembro de Atlanta, Georgia, and North Florida Chapters of the National Historical Railway Society, USA.