Camila Aloyz de Simonato siempre estuvo relacionada con la aviación. Cuenta que era chiquita cuando los pilotos comenzaron a ir a su casa.
"Me acuerdo que la primera vez que los vi, me asusté... con esos sacos grandes de cuero, esos cascos, las antiparras... parecían monstruos".
Con el tiempo los fue conociendo a todos los "muchachos de la aviación", como le gusta llamarlos.
"Siempre entraron por la puerta de la cocina, pues eran amigos de papá o de mi tío... aunque estuvieran en el hotel, igual pasaban a saludar a mamá, a la abuela... a ella la adoraban... creo que era como un refugio para ellos... llegaban a decir que para las bienvenidas cálidas, no había gente como la patagónica, en ningún lugar del mundo... así como ellos nos abrían los cielos para nosotros, nosotros les abríamos los hogares...".
Los primeros aviadores fueron, Giyane, Bernos, Saint Exupery.
"Estos hombres nos trajeron el mundo a nuestra Patagonia -relata Camila- despejaban el cielo... teníamos que cuidarlos... ellos abrieron las rutas, las exploraron, dijeron 'el clima es así', 'puede esperarse tal cosa'... después todo era más fácil...".
Volar no era sencillo en el clima patagónico. El viento y el frío eran moneda corriente y pocos se aventuraban a desafiarlos.
"Me acuerdo que se ponían diarios entre el pecho y la espalda, para protegerse... se calefaccionaban con un anafe del tamaño de una pelota de rugby, no tan puntuda, de cobre, a la que le ponían barritas de alcohol solidificado... era lo único...".
A la madre de Camila en una oportunidad le habían regalado unas manoplas de cuero de lobito de mar y se las regaló a Antoine de Saint Exupery...
"eran más calentitos que los que tenían los dedos separados... él estuvo siempre agradecido y cuando regresó de París, de su viaje nocturno, le trajo el perfume que habían lanzado en su honor... lo usamos todos...".
Ella afirma que el libro más importante de Saint Exupery no es El principito.
"El escribió una trilogía que todos deberían leer, se llama "Wind, sand and stars" (Viento, arena y estrellas)... en la primera parte relata sobre la Patagonia... por qué son los vientos... después continúa con sus vuelos sobre el Sahara y termina con su vuelo de noche, pues fue el primero en volar de noche, guiado sólo por las estrellas...".
Otro pionero que Camila recuerda con cariño es Casimiro Szlápelis.
"Con sus mejillas rojizas ya curtidas por el sol y el viento, y esos ojos claros que parecían que se reían solos, volaba...le tiraba caramelos a los chicos de la escuela, cuando estaban en recreo... él decía que jamás salía sin un rollo de alambre, porque él arreglaba todo con alambre...".
Cierta vez Casimiro se apareció en la casa de Camila con Jorge Tataroff, un médico recién llegado de Europa y que se había radicado en Río Senguer, a unos 300 kilómetros al oeste de Comodoro. Tataroff apenas hablaba el castellano pero igual se hacía entender entre los pobladores.
"Casimiro -cuenta Camila- cada dos por tres lo llevaba en su avión, sobre todo en casos de emergencia... esa vez que llegaron a casa, el vuelo había estado muy, muy agitado... Juan (mi marido) le preguntó al médico:
-¿Y Tata... qué tal el viaje...
Y Tataroff, aún pálido, le respondió Ah, ché... todavía tengo huevas en garganta...".
Historias que se amontonan en la garganta de Camila, mezcla de nostalgia con alegría. Aunque quiera no podrá olvidar nunca a Próspero Palazzo, a Mingo Yrigoyen, a quien le decían "el miyonario", porque tenía más de un millón de horas de vuelo, a Grosso, a Luro Cambaceri, a Tula, a los hermanos Tomás y Norberto Fernández, y a tantos otros.
"Eran gente de un coraje increíble, personas muy especiales... algunos eran prófugos... pero todos tenían algo más... eran locos lindos...".